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miércoles, 24 de marzo de 2010

El Castillo de los Pacheco

Obra arquitectónica de excelencia
El Castillo de los Pacheco
En 1882, José y Agustina Pacheco construyeron un soberbio castillo, totalmente traído de Francia, al que agregaron cocheras y lujosas caballerizas para convertirlo en un paraje de ensueño.

Comparado a los mejores castillos de Europa por su elegancia y variedad, a instancias de don José Felipe Pacheco —hijo del general—, hacia el año 1880 se comenzó a construir la hermosísima mansión de origen francés que hoy respira la misma sofisticación con la que nació. Y hace gala de su mejor estilo, gracias a que fueron respetados en su totalidad los trabajos de restauración encargados por sus propietarios en los últimos años.
Coronando una extensión de 5.802 hectáreas, la increíble morada cuenta con tres pisos. Los comentarios de quienes la frecuentaron por sus mejores tiempos sólo hablan de fascinación y belleza. Cuando se subía por el parque, también francés, diseñado por el prestigioso arquitecto, paisajista y naturalista Carlos Thays, se podían observar los tres soberbios pisos renacentistas, que estaban rematados por torres con mansardas; típicas ventanas estilo italiano, pero que popularizó el arquitecto parisino François Mansart. Para ingresar, los visitantes debían atravesar un hall engalanado como sala de armas. En ese vestíbulo, los Pacheco exhibían armaduras, flechas y una vitrina donde guardaban el uniforme del famoso militar.
En la sala de recibir, cuadros de renombrados artistas —como Renoir, por ejemplo— atraían y conquistaban al huésped. Más adelante le seguía un recinto destinado a los retratos familiares realizados por el pintor español Federico Madrazo y Küntz, seguidor de la escuela romántica. Luego el comedor, de estilo Enrique II, donde impresionaba un gobelino del siglo XVI que representaba a Alejandro Magno en Grecia.
La sala morisca era el lugar de la mesa de billar y el salón fumoir, sitio dominado por caballeros que se apartaban para disfrutar de sus habanos. Una apabullante biblioteca acompañaba al gabinete de trabajo. Y en los días calurosos del estío, los señores retozaban y hallaban el refresco en la sala pompeyana del subsuelo, ingeniosamente refrigerada merced al agua que caía sobre una gruta. A su lado, la sala de esgrima; y en los pisos superiores, los dormitorios, los cuartos de vestir y las salas de la familia.

Un parque de ensueño

Para los más osados, que se atrevían a subir a las mansardas, la visión era un regalo para los ojos. El panorama que se abría era el de un grandioso e inmenso parque con juegos de agua, el puente colgante y una bella fuente con sus ninfas.
Había, frente al castillo, una enorme piscina cortejada de columnas griegas; alejada de las miradas indiscretas, donde damas y caballeros —como se acostumbraba— nadaban por separado. Adelante, los cambiadores, con un estilo arquitectónico semejante al del jardín de invierno; y por detrás, una cancha de tenis de polvo de ladrillo.
El citado jardín de invierno era como uno lo imagina en los cuentos. Lo que hoy reconocemos como pérgola es un bello pabellón, con estilo entre chinesco y victoriano. Allí se disfrutaba de los días soleados del invierno ya fuese almorzando, tomando el té, disfrutando de un buen libro o de una agradable charla entre amigos.
Semejante parque se veía coronado con un gran anfiteatro, cuyos palcos estaban organizados… ¡con plantas! Sobre su escenario bailó nada menos que la exquisita bailarina rusa Anna Pávlovna Pávlova y también actuó, entre muchos otros, la afamada Comédie-Française (Comedia Francesa).
En la actualidad, los jardines conservan el encanto y la fascinación de sus mejores años. Montes de talas, el árbol autóctono de la zona, y especies únicas deslumbran al visitante. La colección de orquídeas que cultivaban los Pacheco se hizo famosa. En las perreras vivían más de 70 canes de diferentes razas, desde galgos hasta bassets o collies. No faltaban los criaderos de gallinas y cerdos. Y más adelante estaban las caballerizas, con más de 20 boxes que daban asilo a los purasangre que se usaban para jugar al polo o para salir a cazar.

El testigo

Sin embargo, más allá de los detalles sofisticados, ahí nos aguarda el protagonista; observador silencioso desde hace más de 100 años y fiel testigo de la que fue otra Argentina… No tiene nada de gigante herido, sino todo lo contrario: es como los buenos vinos, que mejoran con el tiempo. Transmite paz, serenidad y tiene el encanto de hacer que uno permanezca horas admirándolo sin cansarse.
Por eso resulta imposible estar frente a él y no quedar atónito ante tanta belleza.


Data
Las caballerizas contaban con más de veinte boxes que albergaban ejemplares de purasangre usados para la caza o el polo.
Diseñados por el famoso paisajista Carlos Thays, los jardines atraen la mirada con su belleza y armonía.
El jardín de invierno, y también pérgola, hoy funciona como SUM.


De Garay a Pacheco
Existe un tiempo donde aquí no hay nada y nadie sueña con castillos. Para componer una foto mental, imaginemos sólo tierras; a lo sumo algunas bordadas con montes de talas y ombúes. Parajes donde viven, tal vez con placidez, aborígenes guaraníes y carupás.
De pronto, llega el europeo y todo cambia.
  • Juan de Garay. Tras la segunda fundación de Buenos Aires, reparte esas tierras en chacras que pasaron a manos de los terratenientes.
  • 1607. Fortín en el río Reconquista, entonces conocido como De las Conchas. El transporte fluvial alienta los emprendimientos económicos.
  • Diego Ruiz de Ocaña. Este vecino construye el primer molino accionado por agua, cerca de la actual estación Bancalari.
  • López Camelo. Familia poderosa de Oporto, Portugal, que adquiere los terrenos. La violencia entre federales y unitarios provoca que estos lusitanos, acérrimos unitarios, sean perseguidos. Pierden buena parte de sus posesiones y otra porción termina vendida, entre otros, al general Pacheco.
  • 1827. Primera compra de las tierras que luego conforman la estancia El Talar. Sus límites eran los actuales Rincón de Milberg, Don Torcuato, Polvorines, Garín, Escobar, el río Luján, algunas islas del Delta y el río Reconquista.
  • 1835. Se erige el casco histórico.
  • 1842. Ángel Pacheco convierte el casco en una estancia-fortín, con un mirador y unas galerías con gruesas columnas. Una morada típica del siglo XIX, sin lujos.
  • 1869. El hijo mayor del general, José Felipe, hereda el casco y parte de las tierras de la estancia El Talar.

Un legado fabuloso
La Argentina se organizaba y crecía. José Felipe Pacheco y su esposa, Agustina Anchorena, decidieron construir un castillo totalmente traído de Francia; le siguió la iglesia gótica de la Purísima Concepción, más tarde se les agregaron las cocheras; y, en la primera década del nuevo siglo, se construyeron las lujosas caballerizas y el resto de los edificios que dieron vida y forma a un casco de estancia modelo. Y famoso.
Pero José Pacheco sólo disfrutó de su fortaleza renacentista por apenas 12 años, pues murió en 1894.
Con la muerte de José Aquiles Pacheco Pirovano, hijo del biznieto del general, el 24 de noviembre de 1981, el célebre casco de la estancia se fue de las manos de los Pacheco. Las famosas colecciones de arte, carruajes y armas salieron a remate. La propiedad pertenece a la sociedad que proyectó el country club que hoy existe en el lugar y en donde se erige el castillo, junto con el parque y su lago.

viernes, 11 de diciembre de 2009

La iglesia de los Pacheco

Monumento Histórico Provincial desde 1987
La iglesia de los Pacheco
Como escondiéndose del tránsito incesante, cerquita de un puente vial y a la sombra de los cipreses, la Iglesia de la Purísima Concepción fue una de las obras con que la familia Pacheco acabó fundando un pueblo bien próximo a su maravilloso castillo.

En un principio, los alrededores del castillo de los Pacheco conformaban un conjunto que supo tener estación ferroviaria, puerto de arroyo, escuela rural y cantidad de instalaciones y puestos. La iglesia fue una de las obras con que la familia terminó fundando un pueblo. Y aún hoy se perciben sus originales aires rurales.
Pacheco forma parte de la Municipalidad de Tigre, que mostró en los últimos años una política creativa y con conciencia hacia su patrimonio. De esa manera, se protegieron muchos edificios, se creó el nuevo museo en el viejo club ribereño y se fue generando un clima que hizo que los privados restaurasen y se hicieran cargo, como sucede hasta hoy, de la Purísima Concepción, un monumento histórico propiedad del Arzobispado de San Isidro.
La iglesia tiene las modestas proporciones de una capilla rural. Pero su estética deslumbra: gótica, y con un claro aire italiano, con un halo de edificio exento en un parque, acompañada de un importante chalet, también itálico, y de uso escolar; lo que hoy es la sacristía.
Construida por Francisco Erril, la capilla de Pacheco se inauguró el 4 de mayo de 1886, bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción de María.
Cuenta la historia que don José Felipe Ignacio Pacheco —hijo del militar— y su esposa, doña Agustina Anchorena de Pacheco, hicieron la promesa a Dios de erigir el templo si les enviaba un hijo. Y cumplieron con la palabra dada.
Ese día de mayo, además del arzobispo monseñor Federico Aneiros, habían concurrido a la inauguración varios integrantes de la familia Pacheco, junto con otras personalidades de la época. Para la ocasión, la señora María Teresa Ortega de Obligado cantó un Salve en latín. Y el conde ruso Pedro Alejandrovich Corvetto interpretó, en su idioma, una plegaria al Creador. El sacerdote que llevó a cabo el primer oficio religioso fue el presbítero Domingo Mazzeo.
Los frescos que la ornamentan fueron realizados por el artista italiano Modesto Faustini, quien viajó especialmente desde su tierra natal. También de Italia fue traído el altorrelieve en mármol que se encuentra en el altar mayor, obra del escultor Ettore Ferrari. Se trata de una gran pieza de altar en piedra blanquísima, realizada en 1893. Muestra a la señora Agustina de Pacheco siendo exaltada hacia el Paraíso por un elegantísimo ángel con vestido largo, que la conduce al trono de María.
Si se levanta la vista hacia el techo de la nave, se aprecian las cuatro románticas pinturas de Faustini: su personal visión de La Pasión, La Anunciación, El Nacimiento y La Apoteosis de María. Este conjunto está iluminado por un paño de vitralería coronado —donde confluye el cielorraso gotizante— por un medallón de vitral que muestra al Señor y su Hijo sentados en el trono celestial, en la hora del Juicio.
Por medio de una escritura de 15 de noviembre de 1928, la capilla y la casa-escuela (hoy casa parroquial), junto con los terrenos adyacentes, fueron transferidas a la curia de La Plata. Pero al crearse el Arzobispado de San Isidro pasaron a depender de esa diócesis.
Con el fin de promover una mayor atención religiosa de los numerosos fieles, el 7 de septiembre de 1963 monseñor Antonio Aguirre emitió un decreto que elevó la capilla a la categoría de parroquia y además fijó los límites que pasaría a tener. Décadas después, el 2 de junio de 1987, el Senado y la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires sancionaron la Ley Nº 10.509, que la declara Monumento Histórico Provincial.

Última morada de José y Agustina

En la cripta, que se encuentra debajo del templo, descansan para siempre los restos de José Pacheco, fallecido el 23 de abril de 1894, y de su esposa Agustina, muerta el 25 de octubre de 1888.
El mausoleo es un subsuelo que ocupa la mitad, aproximadamente, de la planta del templo. Ubicada debajo del Altar Mayor, semejante a la existente en El Escorial español. La entrada está en una de las capillas laterales del templo. Un gran portón da acceso a unas escalinatas amplias y luminosas, con una gran claraboya en el cielorraso. Escaleras abajo y tras un codo hacia la izquierda, una ventana enorme y redonda revela una suerte de túnel diseñado para que entre aire y luz. Luego se llega a la cripta. Aparece un amplio descanso, con un vitral piadoso, el altar de mesa de un finísimo estilo europeo y las tumbas de los Pacheco.
La bóveda marca su acceso con una inscripción en el dintel. La misma reza: “Alfa y Omega, paz en la tumba”. Allí sólo descansan los Pacheco, aunque hay varios nichos vacíos que jamás fueron usados.
Y, siempre sobrevolando silenciosa, la historia… para quien quiera escucharla.

El pasado vivo

El valor histórico de la Iglesia de Pacheco es innegable: primero por haber sido fundada por descendientes directos del general Pacheco, quien a través de su trayectoria militar estuvo ligado a la construcción de la nación; y en segundo lugar por tratarse, la capilla y la escuela, de los primeros edificios públicos de la Ciudad de General Pacheco, base de asentamiento del resto de su población.
Tampoco se puede soslayar el valor arquitectónico del templo, patrimonio de la provincia. Que una comunidad comparta un patrimonio, su legado, ayuda a los vecinos a identificarse con su lugar y a tomar conciencia de que él es una parte integrante y que además es responsable de preservarlo a través de las generaciones. Y el tiempo de colaborar es hoy.
En ese sentido, la señora Estela, secretaria de la iglesia, nos cuenta que “hay que hacer restauraciones, mismo sabiendo que cuesta caro, por eso se va haciendo de a poco, con la ayuda del Municipio de Tigre. Nosotros vamos recaudando fondos de a poquito. Lo primero fue la cripta, porque había muchísima humedad y se estaba perdiendo todo. Cuando fue la época de las inundaciones, el agua entró de manera directa dañando todo, los mármoles se habían caído, estaban deterioradas las paredes internas, los frescos… Y entonces, lo primero a restaurar fueron las bases. Incluso se mandaron a confeccionar los ladrillos de alrededor del templo, que se hacen en forma manual para que resulten iguales a los originales. Después se fueron restaurando los vitreaux… Y a medida que vamos pudiendo, vamos haciendo…”
Así, paso a paso, se va recuperando un edificio que simboliza una especie de nudo en un estilo y una época temprana de la arquitectura argentina.

El núcleo original

La base de la gestación del poblado estaba en torno a los edificios que formaban el Establecimiento de “El Talar de Pacheco”, y así como la fuente de trabajo era la actividad que producía el establecimiento, la cuna de la cultura del pueblo estaba representada en los edificios del templo y la escuela, que cada día abría sus puertas para acoger a los niños que fraguarían la futura ciudad de General Pacheco.

Cómo llegar

En la ruta 197, algo escondida entre los cipreses y muy cerquita de un puente vial, está la iglesia; abierta, para quien precisa recogerse en la paz de su silencio, durante casi todo el día.